miércoles, 10 de junio de 2015

Más afuera que adentro

¿El campo? ¿Ese lugar donde los pollos se pasean crudos?
JULIO C.

Escribir es un arte peligroso, dicen por ahí. Narrar más. Contar historias, ¿para qué sirven?, para mucho y para nada. No lo digo yo, lo han dicho los maestros a lo largo de los siglos.

El tema es que quien narra, no puede dejar de hacerlo, nunca. Yo, ahora, lo hago con imágenes, es lo único que me interesa, en el software de edición y con mis dos pequeñas cámaras.


Hace años que me picó el bicho del cine, como me advirtió hace muchos años Carlos César Arbeláez (Los Colores de la Montaña).

Y si en rigor no he hecho cine, cine, creo que ES DOMINGO YNTAN se acerca mucho a mi idea de lo que espero de él.

De todos modos, hay narradores que no soportan lo que sus historias le empiezan a decir, como quien no soporta lo que un analista le hace nombrar en una sesión de terapia.

Yo hace años que dejé de escribir por necesidad, por salvarme, por sacarme mugres de adentro. Y no es que me sienta limpio ni mucho menos, pero lo que cuento hoy en día se acerca más a un oficio que a un desahogo. Hay novelas y cuentos míos que me da pena leer y no precisamente por malos. Aunque queda a potestad del lector hacer ese juicio (todavía me encuentro con amigos del pasado, quienes me recuerdan por la calidad, según ellos, de ciertas piezas que a mí me producen pudor psicológico).

Hay gente que le gusta hacer documentales porque es un camino corto. Quizás en los documentales los personajes ya están hechos, sólo hay que perseguirlos por la calle, con una cámara al hombro o con una libreta de apuntes.

Hacer ficción en cambio es el camino largo y el camino largo a casa, a la propia, a la de nuestra infancia. Esos narradores de personajes hechos, tal vez les da pereza dar la vuelta alrededor de sí mimos. O miedo.  Ya, que algunos avivatos quieran llenar de misterio el género del documental para justificar su vivivir-del-cuento desangrando a los estados, es otra cosa.

Todo esto para decir que ES DOMINGO YNTAN me ha revelado muchas cosas de mí, que no sabía, como pasa con los sueños que, según Freud, son una expresión de los miedos y los deseos propios.

Por ES DOMINGO YNTAN me he dado cuenta de que no pertenezco a Santa Elena y nunca voy a pertenecer. Tampoco es una noticia nueva. Ya lo había escrito antes. Pero el cortometraje me ha mostrado las razones profundas.

Primero está esa superioridad moral que le da, a la gente de la ciudad, venirse a vivir a los suburbios en el sentido más gringo del término: esas gentes que creen que van a ganar un estatus intelectual o político porque tienen el valor de enterrarse en la jungla. Eso es apestoso. Tal vez, darme cuenta de que yo fui uno de éstos, resulta más apestoso todavía. Hoy en día pensar en verde, en ambientalismo, es el nuevo pertenecer a una élite de clase media como lo fue en los 60 pensar y vivenciar las ciudades.

El caso es que, estas gentes, que se vienen en los puentes, o en las vacaciones, provenientes de la ciudad, a sentirse un poco campesinos por obra y gracia de un poder de adquisición, me producen terror. Un miedo a esa Colombia que se niega a salir del fundamentalismo medieval, cuasi primitivo y que se ve identificado con el miedo a lo que es Colombia en general, miedo, pánico. Al país. A esa cosa amorfa de asentamientos humanos donde todos su miembros están llenos de rabia, de rencor.

También están los esnobs, como el personaje de mi corto y que es el que más terror me produce. Gente con cierta sensibilidad artística y con mucho talento, acaso académicos emergentes, que vienen a encerrarse en una cabaña de madera, con el único fuego existencial de una chimenea.

ES DOMINGO YNTAN me ha telegrafiado, definitivamente, que no quiero ser eso. Nunca lo he sido. Yo fui criado de otra manera. Como Woody Allen, con UN CINE  SIEMPRE CERCA. ¿Cómo hace la gente para sobrevivir sin un cine cerca de la casa?

  Me gusta la idea de salir tarde en la noche sin el riesgo de caerme en  una zanja o de doblarme un tobillo en medio de la oscuridad del bosque y poder encontrar algún bar abierto para tomarme un trago y picar algún bocado aunque sea de empanada o chorizo. En Santa Elena el mundo muere a las 7 pm de la madrugada.

También está el tema de la movida artística, así no sea que estemos en Madrid o en Nueva York, así sea Medellín, (la cual no es que sea la gran metrópoli, pero allá al menos circulan las ideas, hay interlocución en las esquinas, un amago al menos de civilización, una poca menos de probabilidad de tner que lidiar con la Colombia del siglo 19 en la mentalidad de un primitivo; una suerte de oportunidad para irse a la cama tarde en la noche), me parece fundamental no enterrarme en vida como pasa mucho en Santa Elena, como pasa como el personaje de ES DOMINGO, un ermitaño con tendencia a la introspección, oxidándose intelectualmente, carcomido por la manigua paradisíaca y las humedades de lo rural, como le diría Mutis a Gabo, algún día, cuando éste no se atrevía a salir de la paradisíaca Aracataca.

Informes que me llegan a diario de la película, por entregas, en la medida que reposa más y se deja reflexionar. Como dice la canción, contar historias es un riego que vale la pena correr, como quien se lanza en un parapente al vacío de sí mismo: /Saltaste/, caiste/, /miraste/ fallaste/, /supiste/ /quién sos/... alguien que quiere estar más en el afuera que en el adentro.









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